“SE LLEVÓ A CABO EL FUNERAL DE LOS 5 JÓVENES UNIVERSITARIOS QUIENES FUERAN ASESINADOS Y MUTILADOS SALIENDO DE UN BAR EN ZACATECAS»
• Ante la impotencia de sus familiares y Amigos se llevaron a cabo los funerales de quienes fueran privados de su libertad al salir de un bar en Zacatecas y asesinados por al parecer un grupo del crimen organizado.
Aquí los hechos ocurridos: “ASESINAN A 5 JÓVENES UNIVERSITARIOS EN ZACATECAS SALIENDO DE UN BAR Y SU GOBERNADOR DAVID MONREAL (DE MORENA CLARO, AL QUE LE GUSTA MANOSEAR A LAS MUJERES) NI SUS LUCES”
Cinco jóvenes tres hombres y dos mujeres entre 21 y 25 años, fueron secuestrados la madrugada del sábado 12 de febrero del año en curso al salir de un bar en la capital y los restos de cuatro de ellos aparecieron un día después en un coche envueltos en bolsas de basura. (Una joven continuaba desaparecida, fue encontrada destazada en una bolsa de basura). Dos amigos del grupo estudiaban en la Universidad Tecnológica de Zacatecas. La irremediable capacidad del Estado para digerir cada día una noticia más terrible que la anterior ha provocado que un crimen como el de estos cinco jóvenes no haya ocupado las primeras planas de la prensa nacional. Pero el secuestro, tortura y asesinato de al menos cuatro de ellos ha mandado un mensaje en una de las regiones más letales del país: nadie está a salvo. Y la comunidad universitaria, que sufre tasas de deserción históricas, representa una víctima más de esta tragedia.
Los titulares que retratan a Zacatecas desde hace más de un año lo colocan como un Estado en una situación de emergencia, que el Gobierno de Andrés Manuel López Obrador ha tratado de paliar con una mayor presencia federal. Pero los muertos y el terror del narco no se han detenido: en lo que va de año han sido asesinadas 188 personas, una media de cuatro al día. En enero, 10 cadáveres amontonados frente a la sede de Gobierno en la capital. Hace menos de dos semanas, 16 acribillados a balazos en unas horas y una decena de cuerpos regados en una calle de Fresnillo. Los asesinatos a policías, que han mantenido en jaque a municipios completos sin seguridad pública, los colgados de puentes, dos crucificados, las matanzas en la sierra por los enfrentamientos del narco más propios de una guerra de Oriente Medio, son las postales que envía el Estado al resto del país.
En este contexto y a unas horas de que la capital se parara en seco por el macroevento de la Super Bowl el domingo pasado, aparecían los restos de los jóvenes desaparecidos. Los estudiantes Irving Castor Reyes y Natalio Torres Balderas, de 21 años; Luis Ángel Manzanares y Alexia Monserrat Abrego Esqueda Cortés, de 25 años y Valeria Landeros Calderón, todavía desaparecida, después del secuestro de 24. Todos, del mismo pequeño municipio, Francisco R. Murguía, de casi 6.000 habitantes. Este martes 15 de febrero el pueblo ha despedido a los tres chicos; a Abrego la han enterrado en otra localidad cercana, Río Grande.
Una de las amigas de Abrego, Jannitzy Morales, cuenta cómo fueron las horas de infierno que vivió desde que recibió el sábado la llamada de su madre hasta que conoció la noticia de su amiga asesinada. Todos en ese momento pensaron que se trataba de un secuestro y esperaban con agonía que los criminales los contactaran para pedir un rescate. Las fichas de desaparición emitidas por la Fiscalía les daban cierta esperanza. Todo se quebró un día después. “Esto ya acabó con todo, fue la gota que colmó el vaso”, cuenta desde el otro lado del teléfono. “Es horrible. Antes nos decían: ‘Nunca andes sola’. Y ahora aunque no andes sola, se llevan a todos tus amigos. No puedes estar segura en ningún lugar”, señala indignada.
Abrego era licenciada en Psicología y daba clases en una guardería infantil. Estos días de pandemia impartía sus cursos vía conferencia. Morales cuenta que la última vez que habló con ella le comentó que además estaba vendiendo unos productos de maquillaje. “Era un amor de persona. Jamás se nos pasó por la mente que un día iba a pasar por algo así”, cuenta su amiga. Los vecinos de Zacatecas y de Francisco R. Murguía tratan de posicionar las tendencias de #JusticiaporAlexia, así como con el resto de nombres de los jóvenes, exigiendo justicia a unas autoridades desbordadas.
La versión de la Fiscalía apunta a que el grupo salía de un bar en la capital cuando un grupo armado los forzó a subir al vehículo de una de las víctimas. El coche fue encontrado un día después, el domingo, con los restos de cuatro de ellos, en una carretera federal del municipio de Genaro Codina, un rancho a una hora al sur de la capital. Los primeros reportes hablaban de una camioneta abandonada con cuerpos envueltos en plástico en su interior, además de narcomantas. Tres hombres, uno de ellos con un tiro de gracia, y una mujer. La causa de la muerte de la mayoría fueron traumatismos severos. Los mataron a golpes.
El crimen ha golpeado por primera vez en este año de terror del narco a la comunidad universitaria. La Universidad Tecnológica, a la que pertenecían Irving Castor y Natalio Torres, lanzó un breve comunicado con un moño negro, una esquela dirigida a sus familiares “por esta irreparable pérdida”. Y la Universidad Autónoma de Zacatecas, la más grande del Estado, se ha sumado a las condolencias. “La juventud es la esperanza para cambiar nuestra realidad social a través de la educación y la formación de ciudadanía que reconstruya el tejido social tan dañado”, agregó la institución. Además, hizo un “llamado urgente” para la seguridad de todos los zacatecanos.
Las autoridades universitarias de Zacatecas han alertado de las tasas de deserción históricas que sufren debido principalmente a la pandemia y desde hace poco más de un año, a la inseguridad. Según la última encuesta del Instituto Nacional de Estadística, en el país solo ocho de cada 100 alumnos terminan una carrera y un 23% de jóvenes entre 18 y 29 años tiene estudios de ese nivel. “Yo realmente disfruté mi estancia en Zacatecas capital en la universidad, pero los chavos ya no pueden”, añade Morales. La alarmante situación que viven las ciudades del Estado, dominadas por el terror del narco, amenaza también a una generación de jóvenes criados a fuerza de balazos en sus calles. Muchos de ellos, carne de cañón para poblar las filas del crimen organizado.